Dirán que su Violetta se quiso poner en plan de historiadora. Imaginen por un momento la historia de la evolución del hombre: así como en un cuadro del Bosco vayan observando nuestra desnudez simiesca llena de pelos, viene después el mono erguido que asesina con huesos afilados, luego llega el esplendor del ser que sabe cultivar y que construye imperios de piedra; al mono le pega el pudor medieval y se tapa sus vergüenzas; se pone a “pensar” y se separa de Dios, luego decide que todo es subjetivo y pelea con sus mismas ideas… al final del cuadro, está el todopoderoso hombre con corbata, que sostiene unos dólares y mira con lascivia a una chica de tanga.
Dirán que su Violetta se quiso poner en plan de historiadora, pero mi ejercicio tiene un fin: enseñarles que ese hombre de corbata es exactamente el mismo con el que inició el cuadro.
En esta vida hay un momento en que todos los hombres se vuelven “señores”, pero antes de ello dejan una última cana al aire: las famosas despedidas de solteros. Yo sé que ustedes alguna vez se han preguntado cómo son esas fiestas y si existe en ellas la famosa “chica del pastel”. Les puedo decir que en la despedida en la que trabajé no hubo tal, pero sí algo similar. Y fui yo.
Sí, soy Violetta y soy una sobreviviente de la despedida de soltero más desquiciada de la historia (Todos: “¡Hola Violetta!”). Llegué en compañía de una amiga, por supuesto del medio; al principio, ya saben, los hombres estaban muy propios, pero bueno, el alcohol, así como las chicas del pastel cumplen su parte. Imagínenme en una caja de una camioneta enorme (justo como en la escena de “Terciopelo azul”); bailando para un montón de hombres que intentaban tocar por lo menos mis piernas y gritaban una infinidad de obscenidades. Parecían un grupo de monos aulladores, de zombies hambrientos, de hombres… al fin.
Suerte que mi colega salió en mi auxilio y bastaron sus senos y un buen trasero para calmar un poco los ánimos, también ayudaron las cervezas frías que les aventé en la cara para aligerar su temperatura. Escuché a lo lejos a un tipo entonando canciones que mencionaban todas las formas posibles para decir “vagina”, y a otro que me gritaba las cosas que me haría si lograba acercarse a la camioneta. ¿Ven ahora lo que les digo? Del mono, hace 14 millones de años, al hombre de corbata actual, hay sólo cinco tragos.
¿No se preguntan por qué siguen siendo la especie dominante? En esta clase de reuniones, donde no van suficientes Violettas y no se da “El Milagro de la multiplicación de la Carne”, la mecánica para decidir quién se queda con las chicas es muy simple: se hace una rifa. Me tocó en suerte ser la fantasía del “Novio”, quien me tomó de la mano y no dejó que nadie me tocara. Nuestro nidito de amor, una palapa con colchón y viento suave. Fue bastante bueno y me dejé llevar.
La verdad, el Novio me pidió que no lo tratara como cliente, que fuera su amante por un rato, que abandonara ese clásico cliché de las putas. Y como yo estoy para cumplir las fantasías, decidí complacerlo. Inventamos la historia de que nos habíamos conocido en un bar. Cuando culminó la fantasía del Novio, acordamos vernos de nuevo, pero él aclaró que nuestro siguiente encuentro sería, ahora sí, sin tanta efusividad. A la salida de nuestro nidito, el tumulto armado por los Hombres era mayúsculo. El Novio, caballero andante contemporáneo, me abrazó y salimos de allí corriendo
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