Hablando con gente desconocida, mujeres disfrazando sus días con vestidos largos, sudaderas, exceso de maquillaje, tacones, minifaldas y sonrisas falsas.
Juanita:
Una señora de setenta años, viuda, pensionada, trabaja en una casa lavando y planchando ropa para que no la ataque la soledad y el desgaste de los días sin compañía.
La vi varias veces a la misma hora, siempre con su cabello extrañamente engrasado, faldas largas que le llegaban a los tobillos, me llamo la atención que andaba llena de joyas y un cinturón enorme rodeado de monedas y una hebilla como para calentar tortillas.
Tenía tantas ganas de saber su nombre, donde vivía, que pensaba, un día el azar jugó con nosotras nos sentó en el mismo lugar, ahí pude verla de frente y decirle: ¡hola! ¿Cómo te llamas? Y despertar en ella las ganas de vomitar un sinfín de historias de su vida.
Una extraña:
No sé porque de ella solo puedo recordar el nombre de un pequeño de seis meses que cargaba llamado Ricardito, tiene más de un año que vive en Ramos Arizpe, tiene una hija de siete años quien vive con su abuela.
En una parada de microbús, estaba ella preguntando de alguna ruta que por supuesto yo no conocía, con un pequeño, un saludo basto para que me contara su vida en un breve de minutos.
Casada, dos hijos, decidió operarse para no procrear, después de dos abortos, con una mirada melancólica me dijo que su pequeña no quería vivir con ella lejos de sus abuelos así que decidió dejarla a cargo de la misma.
Me conto sobre sus abortos, y terminaba cada frase con “¡Dios así lo quiso!”, ya no sé si ven a Dios como una especie de amenaza humana o una justificación barata.
Estas dos mujeres son una porción de muchas que día a día en oídos extraños vacían un poco de lo que tienen en el bolso de mano, guardado junto con miradas perdidas y ojos llorosos.
No, no quiero empezar una temática de drama, es la realidad, fuera de aquellas mujeres de tacones, sonrisas y caricias con olor a billetes de quinientos.
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