martes, 3 de agosto de 2010

BABILONIA

Se me hace increíble confesarme por escrito. La última vez que hablé de esto, estaba frente a una amiga. Al principio no quería decir nada al respecto porque estaba instalada en mi vida de mentiras.

Pero dijo un marica inglés que es la confesión, no el sacerdote, la que absuelve. Personalmente, no quiero ser absuelta de nada. Sólo quiero practicar un deporte entretenido: sonrojar y morder conciencias.

“Violetta”, Así decidí llamarme ese día en que, como Saulo camino a Dámaso, tuve una revelación: Saltillo es la Babilonia sin gloria, la ciudad de los pasos a desnivel y los pasos falsos, la urbe que muestra su doble moral como la ramera muestra las dos piernas abiertas.

Por ese tiempo yo compartía casa con una mujer de esas que parecen de porcelana, las que casi se quiebran de indignación ante los piropos de los albañiles; esas que no rompen un plato, pero sí las patas de las cama. Ella se dedicaba a salir con hombres y a dejarlos entrar. Tenía sexo por dinero.

Una aclaración: no nos excita. Ni se hagan ilusión los hombres que nos contratan o aquellos que hablan a las hot lines, las que nos dedicamos a esto, no lo hacemos por lujuria. No son el pene del millón y sí, lo hacemos sólo por dinero.
Ella me invitó después de que dejé un empleo en el que vivía subyugada con horarios de doce horas, de lunes a domingo sin descanso, sin sentarme y sin comer —sirva esto como pequeña protesta y venganza contra los cabrones que hacen que la gente decente como yo viva para trabajar y no trabaje para vivir, como es debido—. Yo hice una breve junta con mi conciencia, pero no sirvió de nada, porque recordé que la había olvidado en uno de esos raudos periféricos.

Ahí comenzó mi participación como dama de compañía —¿Que diría Mary Poppins de que se use así el término?—. Al inicio no involucraba sexo —aunque Freud sostenga que todo involucra sexo—, sólo era asistir a eventos privados de gente muy importante. Conforme fui conociendo más personas, más se interesaban en mí buscando otras habilidades. Un día, un funcionario me ofreció un bono extra, como esos que se suelen recetar ellos. Así que me integré al rentable y no tan glamouroso mundo del comercio sexual.

Me ha tocado de dulce, de chile y de manteca. Hay de todo en este zoológico de Dios. He estado con hombres, semi hombres y eunucos. Mujeres peludas, rasuradas y carnívoras. La suerte me bendice y el condón no se me rompe. No me he topado con fanáticos de Sade o con “copro-tagonistas”. Aún así, mi vida es interesante. A veces creo que ser puta es como bailar: cuestión de agarrar el ritmo.

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